Apología de la paradoja
«es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente...»
Francisco de Quevedo
Me gustan las paradojas, su particular turbidez…
Me gusta que ellas puedan vivir por fuera de los axiomas, caer en feliz picada y sin miedo alguno desde las torretas construidas por los dogmas, salirse por la ventana de las veneradas encerronas en que a todos nos ubican casi automáticamente los pre-juicios moralizantes.
A veces sentirse vivo implica, en alguna medida, saber-poder nadar en las aguas de lo paradojal.
Si el antiguo filósofo Porfirio -con su postrero éxito medieval- logró presentar la posibilidad de sistematizar y clasificar la totalidad de lo habiente dentro de los casilleros de su Arbor porphyriana (para gusto y dicha de los aristotelistas de todos los tiempos…) fue porque el este famoso discípulo de Plotino confiaba sin titubeos en la existencia de algo llamado “sustancia” y en la necesidad organizativo-lógica de atribuir a cada cosa su correcto lugar taxonómico bajo el imperio lumínico del orden racional. Claro está, faltaban siglos para que Freud advirtiera acerca del elemento irracional que cimienta nuestro psiquismo; y un poco más aún para llegar la Teoría del Caos; o para que la física cuántica nos describa la materia(compuestas por)átomos(compuestos por)partículas, y nos diga que alguna de estas últimas son borrosas, inestables y carentes de una posición bien definida en un espacio-tiempo fijos; o bien, para que la filosofía misma implosionara sus categorías fundantes de “esencia”, “unidad”, “Dios” y “sustancia” desembocando en un radical pensar postmetafísico, aún inacabado por cierto. Porfirio no tenía idea de esta ola tsunámica que vendría a atentar contra la prolijidad de su bienintencionado arbolito muchos siglos después…
La paradoja es como como el polvillo molesto que debe ocultarse en los limpios corredores de la Razón (madre que, si bien no reniega de su hija menos razonable y más absurda -pues la paradoja sigue siendo asunto de esa "novela familiar" cuyos miembros constituyen la Lógica Formal- ha desarrollado una fuerte alergia hacia todo lo que de esta díscola descendiente emana). Las conclusiones contradictorias no son justamente el “tipo” de cierre lógico a que gusta arribar al “razonable razonamiento”. De hecho, no somos entrenados ni pedagógicamente formados para comprender oy pensar paradojalmente sino para hacerlo "en línea recta" y cartesiana, aunque la vida y sus asuntos no se suelan presentar ni en recta línea ni cartesianamente.
Se define a la paradoja una proposición o enunciado que tiene apariencia verdadera, pero que conlleva a una contradicción lógica (o más interesante aún) nos empuja a una situación que rompe con el sentido común.
Veamos un típico ejemplo (adaptación del que propuso Epiménides el Cretense, quien afirmaba que “todos los cretenses son embusteros”): digamos que sería una paradoja enunciar que “Todos mentimos”. Aquí puede afirmarse, sin temor a equivocarnos, que tal enunciado es tan verdadero como falso (pues si todos mentimos también estaría mintiendo al decirlo).
La paradoja incomoda. Molesta. Un piedrita pequeña e incisiva en la bota de la razonabilidad.
Parte de esa “sensación de incomodidad” radica en que se halla casi en un no-lugar, esto, si tomamos como “lugares” los respetuosos pasillos de conclusiones no-contradictorias que selectivamente soporta la pulcritud lógica cuando se trata de procesos enunciativos ejemplares. Otra parte posiblemente responsable de esa tal incomodidad en que nos sume la paradoja, puede que provenga de que también las paradojas suelen ser contrarias a las opiniones comúnmente sostenidas. Pongamos por ejemplo, un enunciado que diga: “el matrimonio de dos es siempre inmoral”. Qué sacrilège!!! Acaso existen matrimonios que no sean de dos??? Acaso es pensable la denostable palabra "inmoral" junto al sacro sustantivo "matrimonio"??? Insostenible!!! Estamos ante un oxímoron del discurso moral. Absurdo!!!!
Evidentemente la paradoja desordena y con su carcajada silenciosamente burlona nos manda de una patada en el trasero a balbucear al umbral de la irracionalidad (pórtico en el cual la mayoría no gusta permanecer por mucho rato).
La paradoja es cruel: asesina los lugares preasignados para cada cosa, cada quien, cada acto, cada idea. Piromaníaca de cualquier intento porfiriano, arrasa con su fuego despeinado los castillos de naipes que dan soporte al idealismo lógico.
La paradoja nos deja un rato en el aire, sin piso, con poco a lo que asirnos. Fuerza a nuestras representaciones –casi siempre alimentadas por esa tendencia inercial al fijismo de sentidos y significados- a moverse en alguna otra dirección o en varias y simultáneas direcciones. Si hay paradoja hay necesidad de entrar en un juego de magnitudes inversamente proporcionales: a menor solidez, mayor flujicidad.
En la paradoja pueden habitar los planteos más umbríos, los asuntos menos claros, las confusiones más sentidas, los tormentos peor llevados por la existencia. Si alguna metáfora de los sentidos pudiera caberle a lo paradojal, esta sería el “murmullo”, el malicioso y conflictivo murmullo que atenta con su conspiración irresponsable a destituir el mandato de altoparlante desde el que se hacen oír las Verdades Absolutas. La paradoja es asunto propio de los contrapoderes.
Se nos cría y moldea para abrazar las conclusiones más diáfanas, ergo, para rechazar lo inconcluso y sus peligrosas borrosidades. Aprendemos desde la infancia que “la solución correcta” de algo debe coincidir con el juicio más lógico y razonable. Tarde (o nunca) tal vez lleguemos a advertir que en el vientre simbólico mismo de tal solucióncorrectajuiciosamenterazonable se incuba casi siempre el parásito de la moral.
“Debemos” resolver los problemas.
“Debemos” solucionar nuestra vida y sus contingencias de modo lógico y racional.
“Debemos” llegar a conclusiones, desenlaces, finales llevados siempre de la firme mano de la lógica no-contradictoria.
El camello no cesa de cargar con las mil caras que asume el "Deber de resolver". E incluso, se nos impone una "velocidad" adecuada para hallar las supuestas soluciones a nuestros problemas. Velocidades que van del infantil "Ya" al despótico "Cuanto antes". Cultura de la rapidez irreflexiva en la que curiosamente debe enmarcarse nuestra supuesta reflexividad. Mundo que vive dando la espalda a la belleza meditativa y certera de la demora...
Y esto, en todos los campos de la vida. Habitamos un totalitarismo de la no-contradicción.
Las cosas no pueden “ser y no-ser al mismo tiempo”. No existe espacio en la tolerancia de las opiniones sobre la pareja, por volver al ejemplo antemencionado, para “amar a un ser y amar a otro ser simultáneamente”. El amor ha de ser -lógicamente?- exclusivo y excluyente. De idéntica forma no puede concebirse la idea de que la ética y la mentira coexistan en el plano del discurso de un sujeto, igual que no puede asociarse el egoísmo a la virtud. Una buena frase bastante conocida y ejemplificadora de lo paradojal proviene de Bertold Brecht y dice: “Un hombre debe tener por lo menos dos vicios, uno solo es demasiado” pudiéndose advertir en la misma la presencia de enunciados aparentemente verdaderos conjugados con un sentido que va a contramano de los aceptado como “correcto sentido común” (amén de incomodar con eso que todos tienen -los vicios- y de lo cual a nadie le resulta grato hablar).
Por qué se trata de desorden moral cuando pensamos en paradojas, y no sucede lo mismo cuando pensamos en contradicciones? La contradicción posee una violencia disociativa en la que la afirmación y negación se oponen agresivamente una a la otra y recíprocamente tienden a destruirse entre sí. Hegel, tratando de ir un poco más allá de la lógica formal, se encargó desde su dialéctica de poner la mirada en la “relación” que se establece entre los contrarios. Propone una tríada dialéctica (afirmación-negación-negación de la negación) llegando al concepto de “unidad de los contrarios”. Siguiendo a Hegel podemos decir que allí donde la contradicción posee una solución, la paradoja nos deja en ascuas.
En lo paradojal cualquier voluntad de cierre es vana.
Pura apertura.
La paradoja, agujero cuyo vacío de sentido (recordemos que también eso que llamamos “sentido” no deja de ser un cierre, una clôture, un procedimiento que por más multiplicante que sea luego, es en cada acto de afirmación de sentido en donde se revela justamente “un” sentido, “ese sentido” que se cierra sobre sí mismo como una fugaz o permanente conclusión interpretativa) nos recuerda cuanto de horror vacui tenemos aún vigente en nuestras cabezas.
La paradoja “canta” en tono burlón, los errores de la razón, la mentira que habita en nuestras más caras verdades y/o la verdad que acecha en lo que jamás consideraríamos como algo cierto y aceptable.
Y por eso es que todo lo que provenga de lo paradojal nos inquieta severamente. Su conexión con lo absurdo (con el angustiante sin sentido y a-telos de la vida) tiende a intraquilizarnos, a recordarnos que el único sentido que podemos darle a nuestro existir es “volublemente firme” (sí, también el oxymoron -esa estética combinación de palabras de sentidos dispares cuyo nuevo sentido es intraducible y prácticamente inatrapable en términos lógicos- posee una familiar cercanía con lo absurdo paradojal…)
Qué le hubo robado la “Moral de las grandes verdades” a la vida a través de sus imposiciones lógicas? Mucho, sin duda. Y sea lo que haya sido sustraído del delicioso encanto trágico que siempre –siempre- tiene de celebrable la vida, la paradoja lo restituye.
La paradoja, o esa oportunidad de hacer renacer grietas de agua desnuda de los cauces de ríos secos en que la lógica racional ha transformado demasiado frecuentemente a los asuntos magnánimos de la existencia: el amar, el deseo, los placeres, la dicha, la voluptuosidad, las pasiones. Nada de esto podría ser meditado, reflexionado, pensado si el valor que aporta lo paradojal.
Hasta acá este post de cierre inconclusivo (haciendo honor al asunto en cuestión) cuyas últimas palabras no finales dejaremos a cargo de un cultor del pesimismo amante de los reversos lógicos. Emile Ciorán y un fragmento de “El ocaso del pensamiento”:
“Donde aparece la paradoja, muere el sistema y triunfa la vida. Por medio de ella la razón salva su honor frente a lo irracional. Lo que en la vida es turbio únicamente puede expresarse como maldición o himno. Quien no pueda servirse de ellos, sólo tiene una escapatoria a su alcance: la paradoja, sonrisa formal de lo irracional.
¿Qué otra cosa es, desde la perspectiva de la lógica, sino un juego irresponsable y, desde el buen sentido, una inmoralidad teórica? ¿Es que no se abrasan en ella todo lo insoluble, los desatinos y los conflictos que atormentan la vida desde lo más hondo?
Siempre que sus agitadas sombras hablan al oído a la razón, ésta viste sus susurros con la elegancia de la paradoja para enmascarar su origen. ¿Es la propia paradoja de salón algo distinto a la más profunda expresión que puede alcanzar la superficialidad? La paradoja no es una solución, ya que no resuelve nada. Puede emplearse solamente como adorno de lo irreparable. Querer dirigir algo con ella es la mayor de las paradojas. No puedo imaginármela sin el desengaño de la razón. Su falta de pathos la obliga a estar al acecho del murmullo de la vida y a suprimir su autonomía a la hora de interpretarla. En la paradoja la razón se anula por sí misma; ha abierto sus fronteras y ya no puede detener la invasión de los errores palpitantes, de los errores que laten. Los teólogos son parásitos de la paradoja. Sin su uso inconsciente hace mucho que tendrían que haber depuesto las armas. El escepticismo religioso no es más que su práctica consciente. Todo cuanto no cabe en la razón es motivo de duda; pero en ella no hay nada. De ahí el fructífero auge del pensamiento paradójico que ha introducido un contenido en las formas y ha dado curso oficial al absurdo.
La paradoja presta a la vida el encanto de un absurdo expresivo. Le devuelve lo que ésta le atribuyó desde el principio.”
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