Inquietudes en torno a ciertas postulaciones filosóficas sobre el deseo…
No pretendas que las cosas ocurran como tu quieres.
Desea, más bien, que se produzcan tal como se producen, y serás feliz.
Desea, más bien, que se produzcan tal como se producen, y serás feliz.
Epicteto de Frigia
Sólo hay una fuerza motriz: el deseo.
Aristóteles
Aristóteles
Todo deseo estancado es un veneno.
André Maurois
André Maurois
Un postulado deleuziano hartamente difundido desde la filosofía del deseo (ver “El antiedipo: capitalismo y esquizofrenia” texto escrito junto con Félix Guattari -Bs. As, Paidós, l985, Trad. de Francisco Monge-) es aquel que se aglutina bajo la expresión “máquina deseante”.
Comencemos destacando que el inmenso mérito de la yunta de brillantes pensadores franceses en este punto, es haber reposicionado y resemantizado la noción de deseo desde una dimensión de producción, de voluntad de poder, de proceso inmanente, o de “afecto activo” para tomar el aporte es este sentido de Spinoza.
Deleuze y Guattari resignifican la cuestión deseante. Lo hacen abriendo una nueva perspectiva desde las entrañas mismas de la propia teoría psicoanalítica: se tratará no sólo de un deseo producido en las laberínticas habitaciones del psiquismo del sujeto, sino de un deseo que no es pensable sin la máquina social con la cual se retroalimenta e embrica. Entonces tenemos no sólo a la producción maquínica deseante del singular sujeto psíquico sino a la máquina social interactuando en forma constante en el moldeo de la subjetividad. Deseo anudado al poder, diría con su austero estilo el filósofo Enrique Marí.
Indudablemente esta noción “productiva” del deseo aparta radicalmente a éste (diríamos que más bien se trata de una rotunda inversión y no ya de un mero apartamiento) de la afamada noción platónica que lo asociaba con la carencia, la ausencia, la falta.
El deseo como carencia alude a un idealismo de raíz netamente platónica. Basta pasear un rato por entre las inmortales páginas del diálogo “El banquete” y recordar el relato de Sócrates acerca del nacimiento de Eros como hijo de Poro (el “recurso”, representación que alude a la abundancia y la riqueza) quien embriagado de néctar es abordado por Penía (la carencia, la pobreza) concibiendo entonces como producto de este encuentro fugaz al Amor. Esta versión del nacimiento de Eros como un daimon escindido desde su relato de origen marca una fuerte línea de sentido presente ya desde el mundo antiguo. De esta versión se infiere con transparencia que la fuerza del deseo nace de una representación dicotómica desgarrada entre un próspero padre seminal, y a la vez, de una matríz indigente, útero carente de una madre-mendiga en penuria.
Las limitaciones y complejas resonancias que esta concepción del deseo como carencia ha producido al ubicar la fuerza deseante como una búsqueda continua por “lo que no se tiene”, o por “aquello de lo que se carece” han sido múltiples. Pero en primera instancia destaquemos que el deseo como falta es un concepto idealista frente al que Deleuze-Guattari proyectaran cierta “luminosidad” kantiana (fue Kant quien justamente logró pensar que el deseo “produce” realidades) en virtud de la cual abrirán la noción del deseo como aquella potencia capaz de producir su propio objeto: deseo productivo, máquina deseante, potencia, flujos en circulación. El deseo como potencia es fuerza activa, cuestionadora del orden, subversiva respecto de los valores instituidos.
Hasta aquí, el acotado resumen del recorrido entre el deseo como falta en el relato socrático-filosófico, y el deseo como producción en Deleuze y Guattari.
Ahora, mi tríada de inquietudes en torno al tema:
1- Quién es el "quién" que da soporte a la máquina deseante?
Si la identidad no es “soportada” por ninguna unidad ni sustancia (excepto la ilusoria pretensión del irreal sujeto indiviso cartesiano cuyo fundamento ha sido profusamente derrumbado por el psicoanálisis y luego desde el declinamiento de los “Grand Récits”), la pregunta acerca de “(entonces) quién desea?” se vuelve inquietante dado que estrictamente hablando aún si consideráramos al sujeto del inconciente como el soporte de la máquina deseante, éste no es más que un efecto de estructura sobre el que no resulta susceptible aplicar la pregunta encabezada por un “quién?” (cuya respuesta obligaría, ya desde el punto de vista gramatical, a buscar un sujeto-soporte –Yo, él, “x”- o a olvidar al sujeto en el misterio de lo tácito).
2- Máquinas, obsolescencias y sobrepasamientos continuos
La metáfora del deseo como “máquina”, en esta primera década tan digitalizada del siglo XXI, casi me obliga a pensar que todo lo maquínico es susceptible de reemplazo por una “máquina” mejor y superadora. Si hegelianamente la Aufhebung aludía simultáneamente a “superar” y “conservar”, cómo pensar hoy la acentuación significativa (al menos, desde mi perspectiva) de la dimensión de “cancelación” y “supresión” que invade los intersticios de todo lo maquínico. Si las máquinas experimentan su propio “sobrepasamiento” estropeándose o suprimiéndose, cómo pensar en la actualidad los modos maquínicos del deseo tan fuertemente inmersos en la lógica de la reemplazabilidad y la obsolescencia puesto que máquina del deseo y máquina social son completamente interdependientes?
3- El deseo de desapego, una contradicción in terms?
Una última inquietud me martillea desde hace tiempo en torno al deseo (de hecho, este punto que tocaré ha sido ya discutido por mí en distintos espacios de circulación de ideas, recordando particularmente el saludable modo en que este tema “se nos abrojó” como asunto a dilucidar por mí junto a Juan Heredia y a Miguel Salvattori durante el seminario “Filosofía del Vacío”… como podrá apreciarse, el tema aún me interroga desde el fondo y la superficie de mis propias open ideas por tratar...). El asunto es el siguiente: el contacto con el vasto universo de ideas orientales nos expone a nuevas preguntas, muchas de las cuales no son abordables desde los parámetros y matrices lógicas occidentales –demasiado tributarias de la dictadura lógico-aristotélica- pero resulta que “ésos” son (y no disponemos de otros) los parámetros sobre los que se fundan nuestras estructuras pensantes y sus aprioris concomitantes. Este modo prevalentemente racional de pensar resulta inadecuado cuando nos exponemos a categorías no occidentales diferentes del falo-logo-centrismo. Veamos que sucede con un apartado particular muy difundido del budismo: me estoy refiriendo al tema del desapego. El budismo apunta claramente a denunciar la ficción del mundo, de algún modo su “irrealidad”, sus tóxicos juegos de espejos, su vacuidad. Dentro de su “combo” de representaciones para alcanzar la serenidad, la plenitud, e incluso lo que podría ser un estado de “imperturbabilidad ataráxica” (utilizando palabras afines a los viejos estoicos) es el desapego. Desapegarse sería la llave, la clave para hallar aquella “securitas et perpetua tranquillitas” de la que tanto nos hablara Séneca en sus “Lettres à Lucilius” (tomo IV, libro XIV, carta 92, 3, cit., p. 51). Aquí entonces surge, al menos, una de mis preguntas: es posible separar la voluntad del deseo –tarea en que consistiría de alguna forma el desapego-? O dicho deleuzianamente, existe una viabilidad real para la “máquina deseante” de poner en suspensión su propio flujo, detener su potencia misma? Estamos ante un proceso de bloqueo volitivo del deseo, suponiendo que tamaña empresa sea realizable y sostenible? Se trataría en el desapego de suponer una voluntad sin apetito –usando las expresiones de Spinoza- de imponer una voluntad de “no voluntad” llevada a cabo por un Ser que busca la fuga respecto de la tiranía desestabilizante hacia lo sensitivo a que empuja la fuerza del desear?
Nuevamente, inquietudes en torno a ciertas postulaciones filosóficas sobre el deseo…
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