miércoles, 10 de marzo de 2010

El deseo: ni adentro ni afuera



El deseo
Ni adentro ni afuera





En ese espacio equívoco
el espíritu ha perdido su patria geométrica
y el alma flota.

Gastón Bachelard





El deseo no tiene un “dónde”. Y bien poco puede decirse respecto de su “cuándo”.

Refractario al espacio y a la temporalidad, del deseo sólo puede afirmarse que deviene, circula, fluye, produce.

Estrictamente hablando el deseo tampoco se “tiene” (el verbo tener exige un poseedor de la cosa… existe acaso un poseedor del deseo, quién? el sujeto? el “dueño” del caótico inconciente o quien se apersone como su detentador? acaso sea esa entidad tan discutida a que se denomina “Ser”? quién entonces, si hasta nuestra identidad ha resultado ser desde performativa a múltiple, pero seguramente ni unitaria ni sede del Ser…).

También se entraría en una zona altamente resbalosa si pensamos en “el ser del deseo”, excepto que consideremos a esta expresión matafórica como un intento romántico-poético de representar a un sujeto singular atravesado por los flujos deseantes. Recapitulando, el verbo “tener”, al igual que los básicos verbos “ser-estar” resultan complicados a la hora de ubicárselos en las cuestiones deseantes.

El deseo es en sí mismo, dirá Deleuze, señalando de un modo firme la imposibilidad de sustancializar el deseo. El deseo sin sustancia, deseo sin sujeto, deseo sin tiempo, deseo sin lugar… uffff!!!!! Casi nada de qué asirnos para merodear el asunto del deseo, o sea, de qué hablamos cuando hablamos del deseo. Inutilidad de cualquier arrebato platónico, imposibilidad de cercarlo bajo ninguna “coseidad”.

Como sostenía Camus, comenzar a pensar es comenzar ya a estar minado, entonces, bajo qué puntos de referencia situarse en este campo minado que es “pensar el deseo”?


El verbo “haber” ofrece, tal vez, algunos caminos posibles.
Puede sostenerse desde la aplicación de este verbo a la cuestión del deseo que, por ejemplo, “hay deseo” (oración simple e impersonal aplicable a una relación entre el sujeto y sus objetos, o también a aquello que “hay-hubo-había” en cierto vínculo intersubjetivo). Del mismo modo puede afirmarse que el deseo es parte de lo que “hay”, de lo habiente, puesto que circula, acontece, fluye, deviene, genera efectos.

Deseo entonces como parte inequívoca de lo habiente, deseo como efectos del deseo.

Ahora bien, que el haya deseo no habilita a suponer que ese “haber” ese “hay” del deseo se encuentre dentro de una cierta interioridad o fuera, en alguna incierta exterioridad.

El deseo no posee un alojamiento determinado, su condición como parte de lo “habiente” no lo ubica ni adentro ni afuera de nadie ni de nada. Aunque, como veremos, desde la tradición de las ideas filosóficas se haya asociado su locus al interior del sujeto.

Si abandonamos la idea de deseo asociada a un adentro o a un afuera, nos quedaría un deseo circulando en una topología propia de una banda de Moebius? Extraño a las solemnidades geométricas, qué imago correspondería al desear, o cómo hallar una espacialización que no limite, por ejemplo, la idea de devenir que le es inherente?

A esta altura me resulta evidente que el deseo (y el campo de la subjetividad a que este alude) es más poderoso que cualquier celda geométrica formal.

Tal vez se requiera de un audacia intelectual a “lo Deleuze”, a “lo Lacan” (pero superadora de ambos) que se atreva a pensar el deseo sin afán de fórmulas o matemas, ni estrecheces ideológicas de ninguna índole. Un reflexionar acerca del deseo que contexture su fluencia constante y el pensamiento de dicha fluencia a través de imágenes no esclavizadas por perspectivas geométricas clásicas. Pensar el deseo en sus constantes turbulencias, en su imposibilidad de fijeza, en sus modificaciones e inversiones, en sus vértigos, en sus extravíos, en sus esquinas curvas, transtrocando constantemente adentros y afueras (bordes ficticios tratándose del desear, bordes que no son tales excepto en la mente límpida de los lógicos formales). La cartografía propuesta por Deleuze ha sido sin dudas un enorme avance, pero se requiere un paso más.


El deseo, lejos de la voluntad geométrica, es una llama… siempre vacilante.


(Un juego inicial de sensibilidad imaginativa inicial). Probemos los siguientes rasgos descriptivos de una imago anti-geométrica del deseo:


-Comparte la tonalidad caótica de la de la turbación
-Ha heredado la peligrosa belleza de la inconstancia
-Se rebasa a sí mismo continuamente
-Nada trágicamente desnudo bajo las vitales aguas del peligro
-Se entreabre, o digamos que habita en esa luminosidad que se genera en las entreaberturas…


Existe algún modo de pensar desesquematizado que ofrezca un soporte para la yuxtaposición de estas y otras imágenes envolventes del desear, tenemos la posibilidad de dar con un modo de graficar libertariamente ello?

No se trata de renunciar a la “racionalidad razonable” de una intelección lúcida sobre el deseo, tales juegos y malabares con la total ilogicidad se los dejamos a los amados poetas que sí gustan de la alteración total de los signos y sus leyes de composición.

Pero sí acordemos que se requiere de un pensar liberador. Desobedecer a Porfirio y su dura sentencia (la cual se nos ha hecho llaga y a priori en nuestra intelección…). “Un umbral es cosa sagrada”. No, señor Porfirio, está usted errado. Myúsculamente Errado. No hay umbral sagrado en cuestiones del deseo, puesto que el deseo se alimenta de bordes transgredidos y ha sido –históricamente- voraz con las obsoletas sacralidades… mal que le pese a Profirio, en asuntos deseantes no hay dioses guardianes del adentro o el afuera.

Si toda reducción no es más que cómodo anhelo de no-complicación, pues habrá que complicar la reflexión sobre el deseo. Renunciar a simplificaciones (llámense a estas teorizaciones pre-dadas o catequesis de ideas hegemonizadas). Qué terrible e injusta aproximación al deseo sería circunscribirlo a lo que apenas conocemos de él hasta ahora, por más lucidez que le debamos al psicoanálisis o al Anti-Edipo! Cuán ancho y vasto son sus efectos, juegos y composiciones como para caer en la arrogancia intelectual de suponer que todo ya ha sido dicho en torno al desear! Qué necios intelectuales seríamos si dejáramos al deseo regodearse-refritarse-regurgitar en los territorios teóricos ya conocidos… si sólo sembráramos sobre las marcas de lo arado por los grandes pensadores que nos han precedido, que pequeños demostraríamos ser como pensadores, que semiestériles las semillas que allí crecerían! Oh, el placer intelectual por los fractales a veces, me temo, es un auténtico veneno para pensar radicalmente…!


Pero el trayecto más largo para hacer honor a la inmensa potencialidad de ideas que merecen agitarse en torno al deseo incluye el deber de volver a los griegos. Sí, una vez más girar la mirada hacia los nudos y bucles que se han tramado en la antiguedad con el objeto de comenzar a genealogizar adecuadamente tamaño asunto…



___________________________________________________________________